La psicomotricidad en la escuela
Dedicado a la comprensión
y desarrollo por
parte del alumno de Educación Infantil del conocimiento de la realidad y las
relaciones de su cuerpo con el entorno. Despierta el desarrollo físico, social
y emocional. Con actividades e ideas a los profesores para fomentar el
desarrollo psicomotriz. Ilustrado fotográficamente.
Ediciones Aljibe
Medidas:14 x 21,5 cms
Nº páginas: 161
Encuadernación:
Rústica
PVP: 14,00 € con IVA
ISBN: 978-84-9700-461-9
ISBN: 978-84-9700-461-9
ÍNDICE
Agradecimientos
Presentación
de la 2ª edición
1. Introducción
2. La
psicomotricidad: una práctica pedagógica de ayuda
a la maduración
Del placer de ser y
actuar al placer de pensar La pulsión de apego y la pulsión de dominio
La simbología de la acción
Los parámetros de la expresividad motriz
El sujeto y el movimiento
El sujeto con relación al espacio
El sujeto con relación al tiempo
El sujeto y su relación con los objetos
El sujeto con relación al otro
La observación de los parámetros psicomotores
Protocolos para la
observación de los parámetros psicomotores
Observación individual
Observación grupal
3. La práctica
psicomotriz educativa-preventiva
Principios de acción de
la práctica psicomotriz
Los principios
espaciales
Situaciones de placer
sensoriomotor
Situaciones de representación
Los principios
temporales
Los principios
materiales
Los principios
actitudinales
Intervención en
situaciones de confl icto
La sesión de
psicomotricidad
El desarrollo de la
sesión
Sesión con niños y niñas
de 2-3 años
Sesión con niños y niñas
de 5-6 años
4. Bibliografía
5. Orientaciones para la formación en
psicomotricidad
2. LA PSICOMOTRICIDAD:
UNA PRÁCTICA PEDAGÓGICA DE AYUDA A LA MADURACIÓN
El desarrollo de la
personalidad del niño/a y de su inteligencia requiere la organización
y la estructuración del yo y del mundo a partir de la
concepción de algunas nociones fundamentales. Nociones que son
descubiertas a partir de las vivencias del niño/a, de sus
experiencias y que, en un principio, aparecen polarizadas como oposiciones
rotundas entre dos polos que conforman una unidad:
grande-pequeño, abierto-cerrado, alegre-triste...
Este mundo de
contrastes, cargado a la vez de racionalidad y de afectividad, es el mundo
del niño/a pequeño, proyectando a través de estas nociones
primitivas su estado anímico y el mundo de sus afectos (Lapierre y
Aucouturier, 1974).
En el niño/a la sensoriomotricidad se constituye en la principal vía de expresión de su mundo interno, organizado por estos contrastes y por estas polarizaciones de conceptos básicos, especialmente en las edades comprendidas entre los primeros meses y los 6/7 años, etapa como ya hemos citado anteriormente, en la que el niño/a se encuentra en una situación de globalidad (unión permanente y estrecha entre cuerpo y mente). Esta forma de expresión permanece durante toda la vida aunque de forma diferente, debido al complejo y amplio desarrollo de las capacidades de cada persona. Por ello, la psicomotricidad se centra en conocer al niño/a, a partir de su actividad motriz y desarrolla una práctica pedagógica dirigida a descubrir la infraestructura simbólica que tiene toda acción espontánea.
En el niño/a la sensoriomotricidad se constituye en la principal vía de expresión de su mundo interno, organizado por estos contrastes y por estas polarizaciones de conceptos básicos, especialmente en las edades comprendidas entre los primeros meses y los 6/7 años, etapa como ya hemos citado anteriormente, en la que el niño/a se encuentra en una situación de globalidad (unión permanente y estrecha entre cuerpo y mente). Esta forma de expresión permanece durante toda la vida aunque de forma diferente, debido al complejo y amplio desarrollo de las capacidades de cada persona. Por ello, la psicomotricidad se centra en conocer al niño/a, a partir de su actividad motriz y desarrolla una práctica pedagógica dirigida a descubrir la infraestructura simbólica que tiene toda acción espontánea.
Así pues, el concepto de
Psicomotricidad guarda una estrecha relación con el estudio
de la dimensión somato-psíquica de la persona y de las huellas
psíquicas de “la pulsión” (Aucouturier, 26 1994). Desde este punto
de vista, ahondar sobre el concepto de
psicomotricidad nos
llevará necesariamente a analizar la relación existente entre psique y
soma y a estudiar el término maduración desde un punto de vista
global. De esta manera, podrá ser abordada la maduración biológica,
la maduración sensoriomotriz, la afectiva y la cognitiva.
Como la práctica
psicomotriz tiene por objeto favorecer y potenciar la adaptación
armónica de la persona a su medio, a partir de su “identidad que se
fundamenta y manifiesta a través de las relaciones que el
cuerpo establece con el tiempo, el espacio y los otros” (Rota, 1994),
queremos profundizar en este discurso, revisando desde la
noción de pulsión hasta la de totalidad corporal.Con este fin,
dividiremos este punto en tres apartados. En el primero pondremos de
manifiesto el proceso madurativo y evolutivo a través del cual se
constata en el niño/a la unión entre psique y soma; en el segundo
abordaremos la simbología de la acción; y, en el tercero, a través
del análisis de los parámetros psicomotores, desarrollaremos
herramientas para la observación y el seguimiento de la evolución del
niño/a en la sala de psicomotricidad.
DEL PLACER DE SER Y
ACTUAR AL PLACER DE PENSAR
Desde los primeros
momentos de la vida, ya intrauterina, se intuye que cada persona
tiene su propia manera de ser, estar y hacer en el mundo. Desde
su nacimiento, el bebé irá estructurando su personalidad,
descubriendo y conquistando el mundo de los objetos y de las
personas que lo rodean por medio de los sentidos, las percepciones, las
emociones, el movimiento y los diversos intercambios con el medio. Para
comprender el motor que impulsa este proceso de
estructuración y de crecimiento de la persona acudiremos a desarrollar
el concepto freudiano de pulsión.B. Aucouturier (1995), en el contexto de una conferencia ofrecida a los alumnos del Master en Práctica Psicomotriz de Barcelona, desarrolló el término de la siguiente manera: etimológicamente pulsión significa impulso biológico y, desde el contexto que nos ocupa, puede ser entendida como movimiento interno o externo. Como impulso biológico tendrá la función de conservar la integridad del cuerpo y la conservación de la especie –función
ontogenética y filogenética (Da Fonseca, 1988)–; por tanto, una función de supervivencia y de continuidad del ser humano.
Este impulso tiene que ser reconocido como impulso de vida, de deseo, de necesidad de vivir. Así, en los primeros momentos de la vida del ser humano cabe hablar de las necesidades fisiológicas que se tienen que cubrir para mantener el organismo con vida. Progresivamente, este impulso biológico va a dejar huellas en el psiquismo, recuerdos de placer, de bienestar. El placer que nace de estos impulsos satisfechos por el “otro”, la madre o aquellas figuras que realicen la función maternante, va a permitir al niño/a registrar sus recuerdos de placer ligados a este impulso biológico. Estos recuerdos tienen también una función compensatoria y serán rememorados por el niño/a en el momento en que experimente situaciones de displacer, de malestar por las carencias de satisfacción de sus necesidades fisiológicas.
En la revisión que Aucouturier (1995) hace de este concepto considera que, a partir del momento en que hay recuerdos, el impulso biológico se convierte en pulsión puesto que estos recuerdos pueden ser considerados como un esbozo de mentalización, serán las primeras fantasías, las primeras evocaciones. Para que pueda darse este inicio de mentalización es necesario que se produzca una ausencia de la situación de placer, de manera que ante la ausencia de bienestar, el niño/a va a iniciar la búsqueda de otra cosa,
va a evocar el recuerdo del placer vivido. La evocación de estos recuerdos movilizará profunda y globalmente al niño/a a través de una energía psíquica que se traducirá en movimientos externos. El bebé que tiene la sensación desagradable de vacío en su interior,
evocará el placer de sentirse lleno de alimento, de succionar el pecho de la madre y realizará movimientos de succión. Por consiguiente, la pulsión y la búsqueda, de bienestar son indisociables.
Podemos decir, pues, que la pulsión se caracteriza por estar ligada a los afectos de placer y de displacer. Freud (1981) llamó a esta unión entre la pulsión y los afectos “moción”, entendida ésta como el origen de todo el dinamismo del pensamiento, como el fundamento de la estructura somato-psíquica de la persona. Todo este recorrido el niño/a lo hace acompañado por la presencia de los adultos que acogen sus producciones, comparten sus emociones y dan sentido a sus acciones. Este tipo de relación que es dialogante y recíproca, que transforma a ambos, la llamamos relación tónico-emocional; y es imprescindible que se dé en un ambiente acogedor que transmita claridad, firmeza y flexibilidad; o dicho de otra forma, debe ser una relación maleable, modificable y al mismo tiempo estable. Por el contrario, encontraremos niños/as que no han sido investidos ni deseados de esta manera, lo que ocasionará que vivan entre afectos de placer y displacer, entre sensaciones agradables y desagradables sin encontrar la contención ajustada, influyendo todo esto en la configuración de su personalidad.
De todas estas
interacciones surge la relación existente entre el impulso
biológico y la pulsión, el afecto de placer y el afecto de displacer, al
igual que la relación existente entre el placer y la relación con el
otro. Por ello, en un primer momento encontramos que el placer está
ligado a la satisfacción de la necesidad. Lo vemos cuando el niño/a
come, o se le cambia si está mojado, o se le mece en los brazos
porque llora (Wallon, 1979a, Arnaiz, 1987a, 1987b). El estado de
impulsividad motriz pura que manifiesta, se cambia por una situación
de placer en la que se conjugan dos variables: la
satisfacción del órgano en cuestión que producía la pulsión, y la
disminución de tensiones en todo el cuerpo. El niño/a,
al comer, aparte de que
sus sensaciones interoceptivas se vean cubiertas (sensación de
hambre, relajación del tubo digestivo, ...), experimenta una
relajación general del cuerpo (de la musculatura, de la piel) que hace que
se distienda. En estos momentos se da unamayor producción de endomorfinas por parte de la hipófisis, con la función de disminuir el sufrimiento debido a la necesidad no satisfecha inmediatamente. Una vez vivida esta situación placentera, el niño/a la memoriza en recuerdos de placer, que dan origen a las primeras imágenes mentales. En ellas se encuentra la unión más arcaica entre soma y psique; son recuerdos referidos a todos los órganos del cuerpo: aparato digestivo, respiratorio, sistema muscular, cutáneo, visual, auditivo y olfativo.
En un segundo momento,
el niño/a busca los recuerdos de las sensaciones de
placer que ha experimentado independientemente de la satisfacción de la
necesidad (chuparse el pulgar o succionar en el interior
de su boca son muestras de ello), o sea, busca el placer en sí
mismo y esta búsqueda de placer, independiente de la necesidad
de satisfacer los impulsos biológicos, hace nacer una dinámica
psíquica muy elemental en donde puede verse el origen del
pensamiento humano, su primera organización psíquica.
Otra función de la
búsqueda de placer está destinada a camuflar la realidad debida a las
frustraciones exteriores. Sería como decir que el niño/a
para evitar la frustración, las exigencias del mundo exterior,
evita esa realidad (demasiado exigente para él), centrándose en los
recuerdos de bienestar. Este es el origen de la vida fantasmática del
ser humano, el origen de la vida imaginaria inconsciente y luego
consciente, la fuente de la originalidad de todas nuestras
producciones creativas. En este momento, y desde una perspectiva
cognitiva, se establece el inicio del juego simbólico en el niño/a (Piaget,
1975).Como podemos ver, simultáneamente a la estructuración de una primera organización psíquica, aparece también una primera vida fantasmática, cuyas raíces se encuentran en las experiencias sensoriales más internas que vive el niño/a en los primeros meses de vida. Son recuerdos de placer, de sensaciones, emociones, formas, sabores, olores, movimientos, contactos... Recuerdos que constituyen la base, a partir de la cual queda integrada toda nuestra vida fantasmática, cuyas manifestaciones aparecerán más tarde en actividades no verbales como son las corporales, las expresiones plásticas y simbólicas (dibujo, pintura, modelaje), y en formas más evolucionadas como la escritura y dentro de ella la creación de metáforas, la poesía, la música... Esta primera organización psíquica debe evolucionar desde una situación de no diferenciación (entre madre y bebé) a una progresiva diferenciación e individualización. La función maternal será, esencialmente, la que le ayude a evolucionar en un enmarque temporo-espacial y a través de las interacciones comunicativas que establece. Poco a poco el bebé irá siendo capaz de anticipar las situaciones y entrar en una experiencia de continuidad.
Esta relación privilegiada favorecerá la representación del otro, su continuidad en el espacio y el tiempo, porque el placer abre siempre la mirada y las acciones hacia el mundo exterior, favorece el diálogo tónico, posibilitando la comunicación al permitir al niño/a sobrepasar la angustia de los 8 meses (Ajuriaguerra, 1975). En esta relación la madre se adapta inconscientemente a la vida fantasmática de su bebé y esto crea entre ellos una relación excepcional, a menudo incomprensible para las personas que están a su alrededor (Utrilla, 1985). El bebé es entendido incluso antes de que sufra y en este acuerdo tan profundo la madre anticipa la necesidad del niño/a. A partir de este espejo, de esta resonancia que recibe de la madre, el niño/a va construyendo su propia identidad basada en la vivencia del cuerpo como unidad psicosomática. En ausencia del otro y a través de los recuerdos y las imágenes internalizadas que le permiten una representación permanente del otro, el niño/a accederá a la individuación, a realizarse como un ser único y separado de los demás.
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