lunes, 19 de febrero de 2018

Conflictividad escolar

Conflictividad escolar

y la nueva profesión docente



José Melero Martín



INTRODUCCIÓN


CAPÍTULO I: LA EDUCACIÓN HOY 

1. Las consecuencias de la obligatoriedad

2. Sociedad vs. escuela

3. Educación, familias y hábitos de consumo 

4. El sesgo cultural del profesorado 

5. El papel de la familia 

6. Los medios de comunicación 


CAPÍTULO II: DINÁMICA ESCOLAR Y CONFLICTO 

1. La convivencia escolar y los alumnos indisciplinados 

2. Las violencias que se ejercen en la escuela.


CAPÍTULO III: LA NUEVA PROFESIÓN DOCENTE 

1. ¿Qué ocurre actualmente en la escuela? 

2. La conflictividad escolar y las nuevas competencias del profesorado 

3. La inefectividad de la disciplina escolar clásica

4. Educación y cambio social 


CAPÍTULO IV: DIEZ ESTRATEGIAS PARA LA MEJORA

DE LA CONVIVENCIA EN LOS CENTROS 

1. La organización de los centros y gestión de la disciplina 

2. El trabajo en equipo, los grupos de trabajo de profesorado y el

método de investigación-acción 


ÍNDICE

3. La formación del profesorado 

4. La atención a la diversidad

5. La orientación vocacional y profesional 

6. Los programas de habilidades sociales

7. Dinámicas grupales para la consolidación de grupos de clase: la

provención y el método socioafectivo

8. Los programas de ayuda entre iguales y de mediación en conflictos 

9. Los alumnos absentistas y con dificultades de integración 

10.El entrenamiento del profesorado para afrontar los conflictos en clase 


CONCLUSIONES 


BIBLIOGRAFÍA



Diez intervenciones para mejorar la convivencia en los centros educativos.



Una de las constante que definen el clima escolares la reciente conflictividad. Esta situación afecta a la labor educativa ya desde etapas tempranas, es decir desde Primaria y primer ciclo de Secundaria.
La obligatoriedad hasta los dieciséis años, que han tenido como consecuencia la incorporación a los
centros de un amplio grupo de alumnado que, con sistema educativo anteriores, abandonan la formación en edades tempranas por diferentes motivos, prologan y agrava esta situación. Pero no es la única responsable, la procedencia social, las dificultades, el desconocimiento del idioma, todo tipo de discapacidades, trastorno del comportamiento o de la personalidad, delincuencia, etc., son algunas más a tener en cuenta.
Los orígenes del problema debemos buscarlos en la evolución que ha sufrido el propio modelo de familia y en la relación que la población ha establecido con los servicios públicos, de los que exige prestaciones eximiéndose de toda responsabilidad.
El docente se ve, por tanto, exigido a hacer frente a una serie de demandas que van más allá de la propia docencia, partiendo de una formación que nada tiene que ser con el trabajo que se va a realizar.
En este libro desarrollamos un análisis basado en la experiencia diaria y prácticas de trabajo en centros de secundaria y en la formación de profesorado, partiendo de la premisa de que el trabajo es posible y fructífero incluso en las condiciones más difíciles.
No existen fórmulas o recetas universales que den repuesta a esta situación, pero sí es posible mejorar de manera notoria la convivencia en el centro educativo. No olvidemos que el gran tema de la educación actual es Cómo afrontar la conflictividad.


CAPÍTULO 1: LAEDUCACIÓN HOY

1.1. Las consecuencias de la obligatoriedad.
  La educación obligatoria ha sido una conquista de las sociedades avanzadas que han progresado desde el analfabetismo de parte de su población hasta la alfabetización total de la misma y más tarde hasta la obligatoriedad de tramos cada vez más amplios de edad que tienen como fin el garantizar a todos los ciudadanos una formación mínima necesaria para responder a sus demandas, que cada vez más pasan por una mayor cualificación. En nuestro país la edad para la educación obligatoria, ha ido ampliándose en virtud de las sucesivas leyes educativas hasta los catorce años con la Ley General de Educación de 1970 y hasta los dieciséis con la LOGSE, lo que nos equipara con los países de nuestro entorno. Otro de los aspectos en los que se ha hecho hincapié es la lucha contra el absentismo que afecta especialmente a los estratos más desfavorecidos de la población y que viene a completar el objetivo de la escolarización universal. No debemos olvidar que aunque en las anteriores leyes el margen de obligatoriedad se fijaba en los catorce años, en la realidad existía una gran tasa de abandono escolar sin que se derivasen responsabilidades de ningún tipo para las familias. La consecuencia directa de esta situación era el desamparo de un sector de población que dejaba de recibir formación y que no podía acceder al mercado de trabajo con todas las garantías legales que les otorgaba la mayoría de edad, o que simplemente pasaba a formar parte de grupos sociales marginales. Podemos decir que la situación anterior perpetuaba una desigualdad social que era necesario superar, además de entre otras medidas, mediante la garantía que supone la obligatoriedad, que debe ser entendida como un logro social que garantiza una formación mínima y que se establece como un mecanismo para la igualdad de oportunidades y la superación de bolsas de exclusión y marginalidad a las que hasta entonces no llegaba la educación.

El elemento fundamental de cambio, la transformación más sustancial que nos permite hablar de una tercera revolución educativa, es que por primera vez en la historia hemos eliminado la pedagogía de la exclusión, y hoy perviven en nuestros centros de secundaria, junto a alumnos de excelente nivel, miles de niños que antes expulsábamos. (Esteve, 2003, pag. 63)

  En el plazo de unas decenas de años hemos pasado de tasas de analfabetismo cercanas al 9% (en 1970) a su desaparición total. Sin embargo lo que sin duda es un logro social incuestionable trae aparejadas una serie de consecuencias que repercuten directamente en la dinámica escolar y hacen que los docentes se planteen la bondad de una medida que en los últimos tiempos ha pasado en algunos sectores de entenderse como una conquista, a considerarse como un error político que habría que corregir si se quiere recuperar una educación de calidad. La enseñanza comprensiva con la que pretendía acogerse dentro del sistema educativo a todos los alumnos independientemente de su capacidad o de su ritmo de aprendizaje, se interpreta actualmente como una rémora que actúa disminuyendo el nivel académico general de la enseñanza para el conjunto del alumnado y que produce una sensación de inefectividad en los padres y en los docentes que ven como cada vez les resulta más complicado mantener unos niveles mínimos de exigencia académica y obtener unos resultados que antes eran generalizados. Sin embargo no podemos olvidar que mientras que en las escuelas a las que nosotros asistimos existía una selección social previa en la que sólo estudiaban los hijos de aquellas familias para las que la educación era un valor incuestionable, en el sistema educativo en el que ahora desarrollamos nuestra labor como docentes está representada toda la población sin excepciones, incluida aquella que no entiende la formación de sus hijos como algo valioso en sí mismo, sino como una imposición legal.

  Como decíamos, la obligatoriedad hasta los dieciséis ha tenido una serie de consecuencias que eran previsibles si tenemos en cuenta la problemática educativa en los países occidentales que nos han antecedido en esta medida, pero imprevistas para los docentes, acostumbrados a un sistema escolar en el que los alumnos que presentaban algún tipo de desventaja educativa, ya fuese personal o social, quedaban tarde o temprano excluidos del sistema. La ampliación del margen de edad ha obligado a escolarizar a grupos de población que no entienden los estudios como un modo de enfrentar el futuro y que valoran ante todo la temprana incorporación de los jóvenes al mundo laboral -aunque sea en situaciones precarias-, para contribuir a la supervivencia familiar. Lo mismo ocurre con otros sectores de alumnado –una parte del que ahora clasificamos como en desventaja socioeducativa-, que pertenece a familias con frecuencia desestructuradas que no se interesan por el desenvolvimiento académico de sus hijos, ya sea por la falta de formación, o por estar estos en situación de franco desamparo. En los dos casos anteriores, los jóvenes traen consigo al centro educativo todos los valores que le son inculcados en sus ambientes familiares y sociales, valores que en este caso son contrarios a la obligatoriedad, la disciplina y el esfuerzo necesario para progresar escolarmente. A estos alumnos se suman aquellos, cada vez más numerosos, que presentan un marcado retraso académico o dificultades de aprendizaje, debido en muchos casos a situaciones familiares (trabajos que mantienen a los padres toda la jornada fuera de casa, por ejemplo) que imposibilitan que se preste suficiente atención o ayuda a los hijos en lo tocante a que se respeten horarios de estudio o a la realización de las tareas escolares. Todo este grupo de alumnado ha pasado, de estar al margen de la práctica educativa, a formar parte de ella con el mismo derecho que aquellos que pertenecen a una clase media normalizada.

  Todo lo anterior ha tenido unas consecuencias evidentes, entre las que destaca la inefectividad manifiesta de métodos pedagógicos clásicos y prácticamente inalterados desde hace siglos, que se basan en una serie de premisas que deben cumplirse para ser efectivos: en primer lugar es necesaria una disciplina –aceptada tanto por los alumnos como por los padres de estos-, basada en el respeto apriorístico a la autoridad del profesor que le era otorgada por su papel social y por su propia formación superior; en segundo lugar es necesaria la fe en que los estudios son un elemento clave para asegurar o al menos mejorar el futuro personal y profesional de los estudiantes; en tercer lugar es imprescindible que tanto docentes como discentes compartan unos códigos comunicativos mínimos que les permitan un entendimiento eficaz. En el momento en que los principios anteriores son puestos en entredicho, asistimos a un cuestionamiento de la autoridad del profesor al que ya de nada le vale acogerse a su rol social tradicional y menos aún a los méritos inherentes a su nivel de formación. Actualmente el profesor se ha convertido a los ojos del público en un funcionario cuyos méritos están dudosamente a la altura de la cantidad de días libres de los que disfruta y que carece de autoridad institucional. Igualmente podemos afirmar que la relación entre la superación de un determinado nivel de estudios -debido en parte a la inaccesibilidad de los mismos-, y las futuras oportunidades laborales está cada vez más en entredicho, y qué decir de los códigos comunicativos compartidos por profesores y determinados grupos de alumnos. Actualmente los jóvenes pertenecientes a ciertos sectores sociales se desenvuelven con un lenguaje de un nivel de parquedad y vulgaridad que los docentes encuentran inaceptable, estableciéndose debido al mismo una tremenda incomunicación entre ambos colectivos.

  La obligatoriedad de la enseñanza hasta los dieciséis años crea en los centros, merced a la resistencia, por una parte, de los profesores a adaptarse a las nuevas condiciones laborales que origina dicha obligatoriedad, y por otra a la de las familias afectadas que encuentran esta medida inútil y ajena a su realidad, un clima crispado en el que muchos docentes abogan por la normalización, es decir la exclusión de determinados alumnos que no se someten a los requerimientos escolares. En el otro extremo existe una rebelión manifiesta de un grupo cada vez más numeroso de alumnos que no aceptan un sistema que les es impuesto pero que se encuentran incapaces de superar y que sólo les ofrece la exigencia de una disciplina que encuentran injusta e inaceptable.

  Nunca en los centros escolares se han planteado las dificultades que aparecen ahora y ello se debe, como hemos reiterado, a la escolarización del cien por cien de la población hasta los dieciséis años, la cual implica que actualmente están asistiendo a los centros docentes el cien por cien de los alumnos con problemas de aprendizaje, de los que presentan alguna discapacidad, del colectivo de inmigrantes, de los que muestran problemas o trastornos comportamentales o de personalidad y, como no, de todos aquellos pertenecientes a familias de clases desfavorecidas o marginales, los cuales se ven obligados contra su voluntad a una escolarización extensa e infructuosa. El resultado inmediato de la presencia prolongada y sin alternativas académicas de estos alumnos en las aulas es la sensación de frustración e impotencia entre los docentes al constatar la inefectividad de los métodos disciplinarios clásicos, lo cual les fuerza a una situación de sobreexposición en la que, más allá de los recursos propios de la profesión, se ven obligados a implicarse personal y emocionalmente para mantener el control de determinados alumnos o grupos de ellos, así como a dedicar una parte apreciable del tiempo que antes se empleaba en la docencia a la imposición de orden y disciplina. Una de las principales consecuencias de lo anterior es el eclipse parcial del resto de alumnado -al que desde ahora llamaremos adaptado-, que queda en parte, en lo que a aprovechamiento escolar se refiere, a merced de lo que el grupo de alumnos no adaptados permite hacer al profesor a lo largo de la jornada escolar, traduciéndose todo ello en la disminución general del nivel académico.


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