martes, 17 de julio de 2018

Educar es convivir




Educar es Convivir
ciudadanía, interculturalidad y cultura de paz

Este libro ofrece un conjunto de reflexiones teóricas y prácticas que pretenden apoyar el desarrollo de propuestas de intervención sobre la gestión de la convivencia y la resolución de conflictos desde el campo de lo educativo. Tratando de incluir, pero también superar, los marcos propiamente escolares, las autoras y los autores proponen diferentes abordajes que van desde la promoción de la cultura de paz, a la reflexión sobre el papel político de los profesionales de la educación para el desarrollo comunitario, así como la educación para la ciudadanía en contextos diversos y la interculturalidad como referente para llegar a la misma.

Prólogo

Víctor M. Martín Solbes

    

  La Pedagogía Social y los nuevos imaginarios de la ciudadanía

Pedro Valderrama Bares

Víctor M. Martín Solbes

Eduardo S. Vila Merino



  estrategias de gestión de conflictos: negociación y mediación

Mariana Alonso Briales

María Teresa Rascón Gómez

Cristina Redondo Castro



   La relación educativa y el compromiso político generadores de ciudadanía

Pablo Cortés González

Ester Caparrós Martín

J. Eduardo Sierra Nieto



  Las bondades de las nuevas tecnologías en el ámbito de la convivencia

Antonio Gamarro Sánchez

Andrés Esteban Canto



  Las comunidades de aprendizaje como estrategia para el desarrollo de la convivencia en el periodo de formación inicial del profesorado

Estefanía Almenta López

José Luis del Río Fernández

Juan J. Leiva Olivencia

  La conducta prosocial

Cira Carrasco Romero

Mª Victoria Trianes Torres



   La ética profesional docente para la mejora de la convivencia en los espacios educativos

Eduardo S. Vila Merino

Víctor M. Martín Solbes



   La convivencia en contextos socioeducativos ambientales

Ligia Isabel Estrada-Vidal

Andrés Esteban Canto

Lucía María Montilla González



  La convivencia como eje de la formación de maestros: aprender a convivir para aprender a educar

Estefanía Almenta López

Mª Soledad Sánchez Tejada

Carlos Pérez Vergara

José M. Piña de la Torre



 Factores emocionales en la gestión de conflictos: análisis de una experiencia educativa

Mariana Alonso Briales

María Teresa Rascón Gómez

Cristina Redondo Castro



La resolución de conflictos ambientales

Ligia Isabel Estrada Vidal

Leticia Concepción Velasco Martínez

Laura Alejo Lozano



Construyendo cultura de paz en la escuela: competencias educativas para la mejora de la convivencia

Monsalud Gallardo Gil

Juan Antonio Gómez Naranjo

Mª Teresa Castilla Mesa





           Introducción

El concepto de ciudadanía se presenta polimorfo, cambiante y en gran medida sujeto a revisión por los nuevos imaginarios sociales, pero su construcción siempre ha supuesto un proceso dinámico de múltiples paradojas que se polarizan entre las dimensiones individuales y colectiva, paradojas entre: el ser y el estar, la intimidad y el escenario social, la identidad y la alteridad, lo global y lo local, los derechos y los deberes, lo público y lo privado, la homogeneidad y la diversidad, la inclusión y la diferencia, neutralidad y la ideología, etc.

Básicamente, desde la segunda mitad del S. XX, la ciudadanía se entiende desde dos perspectivas que se conjugan mutuamente (Marshall, 1949). La primera de estas perspectivas se centra en la idea de ciudadanía como pertenencia del sujeto a una comunidad. Esta visión se adentra en las dimensiones de identidad de sangre y territorialidad y su contenido supone el acceso al espacio público desde una atribución individual (súbdito), que permite asumir, con ello, unas reglas de interacción donde se opera el debate sobre el sentido y los valores que rigen ese espacio social. Este concepto de ciudadanía imbricado con el surgimiento de los Estados/Nación polariza y diferencia a los sujetos, de manera formal, en ciudadanos/as y extranjeros/as.

Por otro lado, la dimensión jurídica del término ciudadanía centra el concepto en el reconocimiento, un proceso contractual de derechos y obligaciones, sujeto a los límites de un marco legal y por ello inevitablemente generador de exclusión. Su contenido hace referencia a los derechos civiles, políticos, sociales y a los que se vienen en llamar los derechos de nueva generación (medioambientales, consumidores, etc.) y genera, en función del espacio social en el que se desenvuelve el sujeto y del grado de homogeneidad con respecto al grupo normativo, una jerarquía deniveles de ciudadanía diferenciados, donde los niveles inferiores suelen corresponder a grupos de minorías étnicas, culturales, etc.

Ambas concepciones han ido conjugándose hasta las puertas del S. XXI. Hoy, la transformación del concepto de ciudadanía parece centrarse fundamentalmente en la idea abstracta de libertad y no tanto en la de participación. Gran parte de ese cambio se debe a los efectos perversos que la globalización ha ido imponiendo como lógica dominante: la pérdida de gobernabilidad de los Estados-Nación, los intereses de los mercados, la despolitización de la sociedad, la cultura del individualismo, el aumento de las desigualdades, la exportación del la democracia formal, la crisis económico-financiera del neoliberalismo, la falta de una cultura de civilizaciones, el renacimiento de los nacionalismos, los flujos migratorios, la multiculturalidad en las sociedades del primer mundo a la par que la necesidad de forjar anclajes identitarios en pequeños grupos, etc. Con todo ello, asistimos a la pulverización del concepto de “ciudadanía social” que en su momento sirvió a T. H. Marshall para legitimar la sociedad liberal, al presentarla como un instrumento del Estado con el que reducir el impacto de la desigualdad. Una desigualdad que de esta forma se hacía parte legítima del propio sistema liberal a la par que tolerable.

Estas dos construcciones de la ciudadanía han marchado en paralelo con lo que el sociólogo portugués Boaventura de Sousa Santos (2005) señala como los dos principios sobre los que se organiza y jerarquiza la estructura social de la modernidad occidental capitalista: el sistema de desigualdad y el sistema de exclusión.

El debilitamiento de la “ciudadanía social” está sirviendo para poner en cuestión “lo político”, término denostado que aleja al ciudadano/a de la implicación social y resta protagonismo al Estado, dejando en bandeja la alteración unilateral, por los grupos de poder, del estatuto de ciudadanía. En este sentido Z. Bauman (2003: 2), afirma: «La relación de dependencia mutua entre Estado y ciudadanos ha sido cancelada unilateralmente, a los ciudadanos no se les ha pedido su opinión».

Pero este ataque del neoliberalismo hacia el Estado es un proceso que se está mostrando contradictorio, tal y como hemos podido comprobar con las demandas de rescate financiero que desde la banca se han realizado tanto en Europa como en EEUU. No parece, por tanto, que la idea de lucha contra el papel mediador o regulador del Estado sea tan clara, más bien lo que se está replanteando es el modelo de Estado Benefactor que a partir de laGran Depresión de 1945, como defienden Pino y Rubio (2013), se basó la reconstrucción del bienestar social y el crecimiento económico, poniendo para ello la mirada en la justicia social, la dignidad humana y la participación. Como consecuencia de ello se están produciendo de forma aislada e inconexa reacciones, en gran medida nacidas de la sociedad civil, que pretenden ser una búsqueda de nuevos anclajes más adecuados a los nuevos escenarios sociales, políticos y económicos.

Es en este escenario de insatisfacción e indignación donde se están produciendo reacciones de búsqueda de nuevas formas de expresar y sentir los lazos comunitarios, así como de redefinir el marco de valores que rijan el juego de derechos y deberes. Nuevas formas de movilización social que se unen a las clásicas de construcción de nuevas subjetividades, como el feminismo, el pacifismo y el ecologismo, y que están emergiendo desde todas las perspectivas ideológicas y desde escenarios muy dispares. Pero junto a estos nuevos imaginarios sociales están continuamente naciendo constelaciones de pequeños grupos que reúnen a sujetos a partir de lazos solidarios que derivan de una multiplicidad de intereses específicos y concretos, grupos que muchas veces viven básicamente en el espacio virtual de Internet y que aparecen de forma esporádica en el espacio social urbano mediante concentraciones o manifestaciones. Son pues tiempos de incertidumbre, donde la indignación, según Naciones Unidas, supone que dos tercios de los ciudadanos/as en el ámbito mundial no se sienten representados por sus gobiernos. Una insatisfacción que a veces sigue a reacciones sociales y donde las nuevas certezas tendrán que nacer de esos nuevos imaginarios.

Pero si cada vez es más claro el malestar y la indignación social y cada vez aparecen más trabajos que analizan ese malestar, resulta sorprendente que a estas alturas del siglo XXI aún no se haya formulado desde las ciencias sociales una teoría crítica actualizada. Desde nuestro punto de vista, tras la crisis económico-financiera que vivimos, se esconde una crisis de ideas que desde la caída del Muro de Berlín está dejando sin réplica el discurso hegemónico del Neoliberalismo. Conviene no olvidar, aunque tampoco es excusa, como plantearía Foucault (1992), respecto a las relaciones de poder inherentes y constitutivas a toda relación social, que en el fondo de este escenario es donde se debate la definición de lo que es y no es político en la sociedad, que es producto de los conflictos por la hegemonía de poder, en definitiva.

Aunque todas las iniciativas de estos nuevos escenarios de ciudadanía comparten una ruptura con el escenario tradicional, su impronta ha abierto caminos muy diversos y, pese a que muchas veces se ven con simpatía porque dan respuestas inmediatas a situaciones concretas de los ciudadanos/as, no habría que olvidar que no puede adjudicarse a una de las partes la atribución de todo lo que implica el estatuto de ciudadanía. El riesgo actual es que las respuestas aisladas, en los nuevos imaginarios sociales, desdibujen el pacto social que desde la Ilustración ha forjado una hipótesis explicativa del poder y del orden social, centrado en el desarrollo de la ciudadanía. Parafraseando la Paradoja de Teseo, la pregunta que cabría hacerse sería: ¿Cuántas dimensiones del contrato social podemos perder para poder seguir considerándonos ciudadanos/as?

Es aquí, ante estos interrogantes, donde creemos que la Pedagogía Social tiene que aportar ideas y reflexiones, tanto a nivel global como en escenarios concretos, donde se estén cuestionando las reglas básicas de regulación de esa comunidad. Tras la capacidad de indignación que la sociedad está generando, la Pedagogía Social debe ofrecer reflexiones y orientaciones, preferentemente desde la atalaya de “lo público” y de asumir sin complejos “lo político”, como parte de la educación, y todo ello con el objetivo provocar reflexiones, orientar iniciativas y emerger el compromiso social. Se trata, en definitiva, de analizar y explorar qué márgenes, en el ejercicio real de ciudadanía, existen aún en la sociedad globalizada donde se encuentra el espacio de participación, básicamente a través de la democracia formal, que se encuentra muy limitado y subordinado a los intereses del mercado y a la competitividad.



         ¿SE ESTÁ ALTERANDO EL CONTRATO SOCIAL QUE CONFIGURA EL ESTATUTO DE CIUDADANÍA?

Podríamos pensar que los cambios sociales que se están produciendo en gran parte del mundo, inevitablemente tienen que generar una cierta reconfiguración del estatuto de ciudadanía, eso ha sido así desde el inicio del contrato social (Ilustración). En este sentido hablaríamos de que se cambian cláusulas de ese contrato social de mutuo acuerdo y de que sigue existiendo el reconocimientos de las partes (Estado y ciudadanos/as), para otorgarse poder y credibilidad. Pero la realidad apunta en otro sentido y tras la utopía de la globalización se han cambiado las cláusulas del contrato social sin contar con los ciudadanos/as, a la par que los grupos de poder económico han ido desdibujando el papel del Estado como mediador e interlocutor. En este sentido, Giddens (2002: 46), señala que: «La globalización es una compleja serie de procesos impulsados por toda una amalgama de factores de tipo tanto político como económico, que crea nuevos sistemas y fuerzas trasnacionales, por lo que no se limita a ser el telón de fondo de la política contemporánea sino que, tomada en su conjunto, está transformando las instituciones de las sociedades en las que vivimos».



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