Educar es Convivir
ciudadanía, interculturalidad y
cultura de paz
Este libro ofrece un conjunto de reflexiones teóricas y prácticas que pretenden apoyar el desarrollo de propuestas de intervención sobre la gestión de la convivencia y la resolución de conflictos desde el campo de lo educativo. Tratando de incluir, pero también superar, los marcos propiamente escolares, las autoras y los autores proponen diferentes abordajes que van desde la promoción de la cultura de paz, a la reflexión sobre el papel político de los profesionales de la educación para el desarrollo comunitario, así como la educación para la ciudadanía en contextos diversos y la interculturalidad como referente para llegar a la misma.
Prólogo
Víctor
M. Martín Solbes
La
Pedagogía Social y los nuevos imaginarios de la ciudadanía
Pedro
Valderrama Bares
Víctor
M. Martín Solbes
Eduardo
S. Vila Merino
estrategias de gestión de conflictos:
negociación y mediación
Mariana
Alonso Briales
María
Teresa Rascón Gómez
Cristina
Redondo Castro
La
relación educativa y el compromiso político generadores de ciudadanía
Pablo
Cortés González
Ester
Caparrós Martín
J.
Eduardo Sierra Nieto
Las
bondades de las nuevas tecnologías en el ámbito de la convivencia
Antonio
Gamarro Sánchez
Andrés
Esteban Canto
Las comunidades de aprendizaje como estrategia para
el desarrollo de la convivencia en el periodo de formación inicial del
profesorado
Estefanía
Almenta López
José
Luis del Río Fernández
Juan
J. Leiva Olivencia
La conducta prosocial
Cira
Carrasco Romero
Mª
Victoria Trianes Torres
La ética profesional docente para la mejora de la
convivencia en los espacios educativos
Eduardo
S. Vila Merino
Víctor
M. Martín Solbes
La convivencia en contextos socioeducativos ambientales
Ligia
Isabel Estrada-Vidal
Andrés
Esteban Canto
Lucía
María Montilla González
La convivencia como eje de la formación de
maestros: aprender a convivir para aprender a educar
Estefanía
Almenta López
Mª
Soledad Sánchez Tejada
Carlos
Pérez Vergara
José
M. Piña de la Torre
Factores emocionales en la gestión de conflictos:
análisis de una experiencia educativa
Mariana
Alonso Briales
María
Teresa Rascón Gómez
Cristina
Redondo Castro
La resolución de conflictos ambientales
Ligia
Isabel Estrada Vidal
Leticia
Concepción Velasco Martínez
Laura
Alejo Lozano
Construyendo cultura de paz en la escuela:
competencias educativas para la mejora de la convivencia
Monsalud
Gallardo Gil
Juan
Antonio Gómez Naranjo
Mª
Teresa Castilla Mesa
Introducción
El concepto de ciudadanía se presenta polimorfo,
cambiante y en gran medida sujeto a revisión por los nuevos imaginarios
sociales, pero su construcción siempre ha supuesto un proceso dinámico de
múltiples paradojas que se polarizan entre las dimensiones individuales y
colectiva, paradojas entre: el ser y el estar, la intimidad y el escenario
social, la identidad y la alteridad, lo global y lo local, los derechos y los
deberes, lo público y lo privado, la homogeneidad y la diversidad, la inclusión
y la diferencia, neutralidad y la ideología, etc.
Básicamente, desde la segunda mitad del S. XX, la
ciudadanía se entiende desde dos perspectivas que se conjugan mutuamente
(Marshall, 1949). La primera de estas perspectivas se centra en la idea de
ciudadanía como pertenencia del sujeto a una comunidad. Esta visión se adentra
en las dimensiones de identidad de sangre y territorialidad y su contenido
supone el acceso al espacio público desde una atribución individual (súbdito),
que permite asumir, con ello, unas reglas de interacción donde se opera el
debate sobre el sentido y los valores que rigen ese espacio social. Este
concepto de ciudadanía imbricado con el surgimiento de los Estados/Nación
polariza y diferencia a los sujetos, de manera formal, en ciudadanos/as y extranjeros/as.
Por otro lado, la dimensión jurídica del término
ciudadanía centra el concepto en el reconocimiento, un proceso contractual de
derechos y obligaciones, sujeto a los límites de un marco legal y por ello
inevitablemente generador de exclusión. Su contenido hace referencia a los
derechos civiles, políticos, sociales y a los que se vienen en llamar los
derechos de nueva generación (medioambientales, consumidores, etc.) y genera,
en función del espacio social en el que se desenvuelve el sujeto y del grado de
homogeneidad con respecto al grupo
normativo, una jerarquía deniveles de ciudadanía diferenciados, donde los
niveles inferiores suelen corresponder a grupos de minorías étnicas,
culturales, etc.
Ambas concepciones han ido
conjugándose hasta las puertas del S. XXI. Hoy, la transformación del concepto
de ciudadanía parece centrarse fundamentalmente en la idea abstracta de
libertad y no tanto en la de participación. Gran parte de ese cambio se debe a
los efectos perversos que la globalización ha ido imponiendo como lógica
dominante: la pérdida de gobernabilidad de los Estados-Nación, los intereses de
los mercados, la despolitización de la sociedad, la cultura del individualismo,
el aumento de las desigualdades, la exportación del la democracia formal, la
crisis económico-financiera del neoliberalismo, la falta de una cultura de
civilizaciones, el renacimiento de los nacionalismos, los flujos migratorios,
la multiculturalidad en las sociedades del primer mundo a la par que la
necesidad de forjar anclajes identitarios en pequeños grupos, etc. Con todo
ello, asistimos a la pulverización del concepto de “ciudadanía social” que en
su momento sirvió a T. H. Marshall para legitimar la sociedad liberal, al
presentarla como un instrumento del Estado con el que reducir el impacto de la
desigualdad. Una desigualdad que de esta forma se hacía parte legítima del
propio sistema liberal a la par que tolerable.
Estas dos construcciones de la
ciudadanía han marchado en paralelo con lo que el sociólogo portugués Boaventura
de Sousa Santos (2005) señala como los dos principios sobre los que se organiza
y jerarquiza la estructura social de la modernidad occidental capitalista: el
sistema de desigualdad y el sistema de exclusión.
El debilitamiento de la
“ciudadanía social” está sirviendo para poner en cuestión “lo político”,
término denostado que aleja al ciudadano/a de la implicación social y resta
protagonismo al Estado, dejando en bandeja la alteración unilateral, por los
grupos de poder, del estatuto de ciudadanía. En este sentido Z. Bauman (2003:
2), afirma: «La relación de dependencia mutua entre Estado
y ciudadanos ha sido cancelada unilateralmente, a los ciudadanos no se les ha
pedido su opinión».
Pero este ataque del neoliberalismo
hacia el Estado es un proceso que se está mostrando contradictorio, tal y como
hemos podido comprobar con las demandas de rescate financiero que desde la
banca se han realizado tanto en Europa como en EEUU. No parece, por tanto, que
la idea de lucha contra el papel mediador o regulador del Estado sea tan clara,
más bien lo que se está replanteando es el modelo de Estado Benefactor que a
partir de laGran Depresión de 1945,
como defienden Pino y Rubio (2013), se basó la reconstrucción del bienestar
social y el crecimiento económico, poniendo para ello la mirada en la justicia
social, la dignidad humana y la participación. Como consecuencia de ello se
están produciendo de forma aislada e inconexa reacciones, en gran medida
nacidas de la sociedad civil, que pretenden ser una búsqueda de nuevos anclajes
más adecuados a los nuevos escenarios sociales, políticos y económicos.
Es en este escenario de insatisfacción
e indignación donde se están produciendo reacciones de búsqueda de nuevas
formas de expresar y sentir los lazos comunitarios, así como de redefinir el
marco de valores que rijan el juego de derechos y deberes. Nuevas formas de
movilización social que se unen a las clásicas de construcción de nuevas
subjetividades, como el feminismo, el pacifismo y el ecologismo, y que están
emergiendo desde todas las perspectivas ideológicas y desde escenarios muy
dispares. Pero junto a estos nuevos imaginarios sociales están continuamente
naciendo constelaciones de pequeños grupos que reúnen a sujetos a partir de
lazos solidarios que derivan de una multiplicidad de intereses específicos y
concretos, grupos que muchas veces viven básicamente en el espacio virtual de
Internet y que aparecen de forma esporádica en el espacio social urbano
mediante concentraciones o manifestaciones. Son pues tiempos de incertidumbre,
donde la indignación, según Naciones Unidas, supone que dos tercios de los
ciudadanos/as en el ámbito mundial no se sienten representados por sus
gobiernos. Una insatisfacción que a veces sigue a reacciones sociales y donde
las nuevas certezas tendrán que nacer de esos nuevos imaginarios.
Pero si cada vez es más claro el
malestar y la indignación social y cada vez aparecen más trabajos que analizan
ese malestar, resulta sorprendente que a estas alturas del siglo XXI aún no se
haya formulado desde las ciencias sociales una teoría crítica actualizada.
Desde nuestro punto de vista, tras la crisis económico-financiera que vivimos,
se esconde una crisis de ideas que desde la caída del Muro de Berlín está
dejando sin réplica el discurso hegemónico del Neoliberalismo. Conviene no
olvidar, aunque tampoco es excusa, como plantearía Foucault (1992), respecto a
las relaciones de poder inherentes y constitutivas a toda relación social, que
en el fondo de este escenario es donde se debate la definición de lo que es y
no es político en la sociedad, que es producto de los conflictos por la
hegemonía de poder, en definitiva.
Aunque todas las iniciativas de estos nuevos escenarios de
ciudadanía comparten una ruptura con el escenario tradicional, su impronta ha
abierto caminos muy diversos y, pese a que muchas veces se ven con simpatía
porque dan respuestas inmediatas a situaciones concretas de los ciudadanos/as,
no habría que olvidar que no puede adjudicarse a una de las partes la
atribución de todo lo que implica el estatuto de ciudadanía. El riesgo actual
es que las respuestas aisladas, en los nuevos imaginarios sociales, desdibujen
el pacto social que desde la Ilustración ha forjado una hipótesis explicativa del poder y del orden social, centrado en el
desarrollo de la ciudadanía. Parafraseando la Paradoja de Teseo, la pregunta
que cabría hacerse sería: ¿Cuántas dimensiones del contrato social podemos
perder para poder seguir considerándonos ciudadanos/as?
Es aquí, ante estos interrogantes,
donde creemos que la Pedagogía Social tiene que aportar ideas y reflexiones,
tanto a nivel global como en escenarios concretos, donde se estén cuestionando
las reglas básicas de regulación de esa comunidad. Tras la capacidad de
indignación que la sociedad está generando, la Pedagogía Social debe ofrecer
reflexiones y orientaciones, preferentemente desde la atalaya de “lo público” y
de asumir sin complejos “lo político”, como parte de la educación, y todo ello
con el objetivo provocar reflexiones, orientar iniciativas y emerger el
compromiso social. Se trata, en definitiva, de analizar y explorar qué
márgenes, en el ejercicio real de ciudadanía, existen aún en la sociedad
globalizada donde se encuentra el espacio de participación, básicamente a
través de la democracia formal, que se encuentra muy limitado y subordinado a
los intereses del mercado y a la competitividad.
¿SE ESTÁ ALTERANDO EL
CONTRATO SOCIAL QUE CONFIGURA EL ESTATUTO DE CIUDADANÍA?
Podríamos pensar que los cambios
sociales que se están produciendo en gran parte del mundo, inevitablemente
tienen que generar una cierta reconfiguración del estatuto de ciudadanía, eso
ha sido así desde el inicio del contrato social (Ilustración). En este sentido
hablaríamos de que se cambian cláusulas de ese contrato social de mutuo acuerdo
y de que sigue existiendo el reconocimientos de las partes (Estado y
ciudadanos/as), para otorgarse poder y credibilidad. Pero la realidad apunta en
otro sentido y tras la utopía de la globalización se han cambiado las cláusulas
del contrato social sin contar con los ciudadanos/as, a la par que los grupos
de poder económico han ido desdibujando el papel del Estado como mediador e
interlocutor. En este sentido, Giddens (2002: 46), señala que: «La
globalización es una compleja serie de procesos impulsados por toda una
amalgama de factores de tipo tanto político como económico, que crea nuevos
sistemas y fuerzas trasnacionales, por lo que no se limita a ser el telón de
fondo de la política contemporánea sino que, tomada en su conjunto, está
transformando las instituciones de las sociedades en las que vivimos».
…
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